viernes, 17 de diciembre de 2010

Una corta historia sobre la distancia

Viernes 5 de Junio
La conocí cuando cumplí 7 años. Fue una de las tantas invitadas de mi fiesta de cumpleaños. Era, aunque no lo supe hasta unos días después, mi vecina. Todavía sigo pensando que, tal vez, si la hubiera conocido antes algo habría sido distinto. No recuerdo con exactitud todo lo que pasó ese día, recuerdo escenas dispersas... y en casi todas está ella.
Se llamaba Lucía. Tenía un año más que yo y corría más rápido que yo. Por eso fue que la descubrí de entre tantos chiquillos que estábamos jugando. Una simple carrera entre los tantos que éramos aquel día fue nuestra presentación. "Te gané", me dijo, mientras se burlaba de mí mostrándome su lengua. Ahora, al recordar ese momento, comprendo la belleza, en esos tiempos ignota para mí, de su liso pelo. Negro. Fragante.
Otra cosa que no aprendí hasta más adelante, fue el significado de la política. Su padre, luego de un periodo muy criticado como Gobernador, tuvo que ir (¿huir?) a otro país. Ella, como es lógico, fue con él. No tuve la oportunidad de decirle adiós. Me enteré cuando fui a buscarla luego de volver de un viaje de tres días que tuve con mi familia. Un encargado estaba terminando de vender algunas cosas que quedaban en su casa. Eran cerca de las 7 de la noche. Ese día no quise cenar y no solté la revista que le tenía que devolver hasta que, sin entender muy bien qué pasaba, mi almohada secaba algunas lágrimas de mi rostro. Al parecer, fue un emergencia. Días después, era común ver a la policía revisando la ya abandonada casa. "Cosas de grandes" me tranquilizaban en casa.
¿De qué vale traer al recuerdo estas cosas? No lo hago con intención melancólica. Tan solo es que... creo que hoy la vi. Creo haberla visto luego de 5 años de no saber absolutamente nada de ella. Mas como repito, no estoy seguro. La duda existe por culpa mía. No me he afeitado en casi dos años, he crecido y ahora uso lentes. ¿Qué tiene eso que ver? Es que, en el lapso en que cruzamos miradas, de haber estado igual como antes, de haber sido ella, me hubiera reconocido y al menos tendría la certeza que está en la capital, tan alejada de nuestro antiguo hogar. ¿Cómo saber si efectivamente fue ella? ¡¿Pero es que existe duda, realmente?! ¡La vi! ¡Era ella! Pelo suelto, pantalón café y abrigo verde.
Los largos años que compartimos experiencias fueron la mejor época de mi vida. Corriendo por amplios campos verdes, teniendo la posibilidad de esconderse detrás de establos, árboles, silos, terrenos abandonados... tan en contraste con todo el concreto a mi alrededor. Los subterráneos podrán ser más rápidos, pero jamás te darán el placer de un viaje a caballo al aire libre.
Extraño eso. La extraño a ella. Jamás tuve la oportunidad de decirle algo significativo... creo que ni siquiera entendía esa extraña sensación que emergía de dentro de mí cada vez que la veía. Una lástima, sin lugar a dudas. Espero verla nuevamente, y juro que cruzaré hasta delante de un tren con tal de coger su mano una vez más





Jueves 25 de Junio

Hoy la vi de nuevo. A pesar de mi juramento, no pude hacer nada. Pero tengo unas ganas inmensas que golpear mi cabeza contra algo. ¡Estuvo detrás de mí!
Explico la situación: yo estaba en la estación esperando el metro. Acostumbro mirar constantemente atrás para asegurarme que no me estén siguiendo o algo así -sí, soy medio sicótico- sin embargo, por el cansancio acumulado de toda la semana, no tenía ni fuerzas para estar alerta y cuidarme de cualquier peligro que pudiera venir desde atrás de mí.
Ya dentro del medio de transporte, la vi. Por unos instantes, creí haberme quedado dormirdo. Me demoré demasiado en reconocerla. Cuando entendí que era la niña con la que solía jugar, ya no tenía opción a alcanzarla. Rodeado completamente de gente, casi en el centro de uno de los vagones, era inútil tratar de bajar.
Esperé desesperado hasta la próxima estación. Empujando, esquivando y pidiendo disculpas sin ni siquiera ver a quién se las daba, llegué, justo a tiempo, al tren que iba de vuelta a la estación de la cual acababa de llegar. Al llegar, miré a todos lados. Corrí una y otra vez de extremo a extremo. Ya sin poder hacer más esfuerzo, me senté y esperé allí unas horas, mientras intentaba convencerse de que no iba a volver.

Martes 30 de Junio
¿Valdría la pena salir a buscarla? ¿Por dónde empezar?¿Por la estación del metro, quizá?¿Me debería parar en un lugar alto y buscarla desde ahí? Siguiendo una guía de calles, trazar un plan buscando por zonas sería una buena estratefia. Pero mientras busque por cualquier lado, ella podría estar mirando a la ventana de mi habitación sin saberlo.
Una ciudad demasiado grande para buscar a una persona en particular. ¿Y si ya perdí mis oportunidades? Las posibilidades de encontrarla eran tan pequeñas, que haberlo hecho dos veces me parece demasiado.


Lunes 10 de agosto.
Tenía su número. Luego de que me dieran la noticia que su familia se había mudado, me metí a escondidas a su casa porque no lo creí. Infantilmente, la busqué en cada rincón. Rondaba por mi mente -mientras unas lágrimas se deslizaban por mis mejillas- que ella tan solo estaba jugando a las escondidas... “No te dejaré ganar” murmuraba…
En su cuarto (solo había entrado una vez) encontré un papel pegado en la pared: "Casa nueva: 012498263". Lo cogí casi sin pensar porque un grito me indicó que ya me habían descubierto. Salí corriendo y desgarré mi pantalón con un clavo que por suerte no hirió mi pierna. Seguro, en la oscuridad de mi cuarto, empecé a reflexionar... ¿Era posible que lo hubiera dejado ahí para mí? ¿Y si tan solo era un código de otra cosa y no un número telefónico? Podía ser un número, pero ¿lo había dejado para mí? ¡Pudiste dejarme una nota, Lucía! Los vecinos nos conocían a los dos, algo pudiste hacer... cualquier cosa...
Estuve horas sentado delante de varios teléfonos con ese pedacito de papel en mi mano, pero jamás marqué la combinación de números en él escrito. Los años pasaron y, poco a poco -de tantas veces que lo doblé, agarré y mojé con lágrimas- los números se fueron borrando poco a poco.

Lunes 14 de agosto
Hoy celebré un año más de vida. Y por ciertos momentos me preguntaba si -donde quiera que esté- Lucía estaba pensando en mí. Aunque sea un segundo. “Hoy es cumpleaños de Santiago”. ¿Habrá sentido, durante la semana, que cada vez faltaba menos? ¿Se acordará luego de los años que han pasado?
Yo lo hago aun. Cada 17 de septiembre viene antecedido de días de melancolía. Es más, ahora que pienso, probablemente desde hoy empiece a estar pendiente. 34 días.


17 de septiembre
Lejana Lucía:
Hoy cumples un año más de vida y yo uno más de extrañarte. De todas maneras, ¡muchas felicidades! Asegúrate de disfrutar al máximo tu día. O, debería decir, ojalá lo hayas disfrutado al máximo. Escribiendo la carta hoy, es un hecho que te llegará con unos días de retraso. Bueno, tómalo como una sorpresa. Como un relago postcumpleaños. Sí, como el postboom que tanto te gusta. ¿Sabes? Esto de estar distanciados sin, quizá, poder conocer cómo son ahora nuestros rostros, nuestras personalidades… duele. Las pocas fotos que tengo de ti me dicen que recién has comenzado Secundaria. Pero a pesar del espacio que nos puede separar, estoy seguro que el poder del corazón transciende el espacio y, en mi caso –y espero que en el tuyo también–, el tiempo. Algunas de mis lágrimas deben haberte llegado en forma de lluvia. Si no llueve donde vives, el viento te las habrá transmitido mientras acariciaba tu rostro y hacia bailar tus cabellos.
¿Recuerdas la promesa que nos hicimos alguna vez? “Veremos juntos nuestra primera nevada”. Quizá ahora vives en un lugar en que muchas mañanas nacen blancas y frías. Espero que no. Si alguna vez nos volvemos a ver, prometo que lo primero que haremos será buscar cumplir aquella promesa.

Sin quitarte más tiempo, lamento no poder escribir algo mejor.
Santiago

P.S.: Sé que va a sonar tonto, pero creo que te he visto. Acá, en la ciudad. ¿Realmente eres tú? Búscame mientras camines añorando un árbol para recoger alguna fruta ya madura.



Miércoles 7 de Octubre

Sí, sí ha vuelto a la ciudad...

(Caminaba nuevamente por el metro y la vi a unos metros delante de mí: ¡íbamos a cruzarnos en unos pasos! Mi pulso comenzó a enderezarse. Me desajusté un poco la verde bufanda que me abrigaba. Además de ello, sólo se me ocurrió sonreír y levantar la mano saludándola. Ella se detuvo, me miró, se quitó los audífonos y me preguntó si me conocía.
Qué ingenuo. Creer que les caes tan bien a todos como ellos a ti. Fue hace tanto tiempo: éramos solo unos niños. No, disculpa –respondí, tratando que mi voz no se quebrara– creí que eras otra persona)

...solo que no me recuerda.

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